Un minuto por una imagen por Josué Martínez
Si bien Guillermina Ortega desempeñó un trabajo pictórico entregado a los colores y los seres tropicales en un inicio de su trayectoria plástica, no se dejó seducir totalmente por estas formas y temáticas, sino desarrolló, a través de medios expansionistas, como la instalación, temáticas más complejas e intelectuales, nunca olvidando sus raíces veracruzanas, pero sí olvidando la referencialidad directa a cuestiones marinas y tropicales, para dejar paso a rituales, todavía presentes, en culturas campesinas e indígenas del estado de Veracruz.
Guillermina Ortega se apropia de esta ritualidad para recrear y actualizar las prácticas cotidianas y religiosas de una cultura subyugada pero presente en la “artesanía” y las costumbres de su pueblo, pueblo definido por la heterogeneidad social y cosmogonía compleja. A través de diversas instalaciones, la pintora oriunda de Poza Rica, ha mostrado su capacidad para conjugar tradiciones culturales “populares” con medios estéticos propiamente post históricos: instalaciones que tratan de cantar admiración y presencia de un pueblo.
En ese sentido, la creadora realizó la ambientación-instalación Swapahtiani, mujer que cura (2004. Veracruz, Ver.), presentada por primera vez en la sala oriente del recinto del Instituto Veracruzano de la Cultura en la ciudad de Veracruz en el marco del Tercer Encuentro de Culturas Veracruzanas. Posteriormente fue montada en la Galería del Centro Universitario Hispano Mexicano (CUHM) en la misma ciudad y más adelante en el museo de sitio del Tajín. En esta instalación la artista veracruzana construyó una atmósfera propia de las curaciones por medio de la herbolaria, reestructurando un espacio propio para obras estéticas (la galería) y convertirlo en un espacio casi místico, donde el olfato y la percepción visual se vuelven fundamentales para que el espectador entre en contacto con un mundo dominado por sombras, olores y colores. Swapaphtiani, mujer que cura, es un homenaje a todas aquellas mujeres que con el alma y las plantas medicinales curan al enfermo, homenaje a los seres que a través del corazón y las manos entregan un poco de si para mejorar los dolores humanos. Con la ayuda de objetos pre construidos (interpretaciones de corazones de barro) colgados de una estructura de madera, Ortega va dirigiendo al espectador por un camino de tierra y hiervas.
Las hiervas medicinales que se encuentran regadas en el piso y una vela, elemento que recuerda el sincretismo religioso mexicano, van dirigiendo el camino para encontrar corazones que “caen del cielo”. Todo el espacio se suscribe en paredes pintadas con barro, metáfora de la tierra – madre de aquellas hiervas que las mujeres ocupan para sanar. Los corazones, por su parte, son metáfora de aquellas féminas que curan, que curan con el corazón, de corazón sano a un corazón herido, relación directa entre médico y enfermo. Dichos corazones, parte fundamental de la pieza, son creaciones originales de mujeres alfareras de tres localidades representativas del estado de Veracruz: Tajin, Aguasuelos y Cosoleacaque. Estos objetos nos hablan de la preocupación de Guillermina Ortega por incorporar procesos artesanales a su trabajo, que al no ser de su autoría, abren su obra a discursos colectivos y multidiciplinarios. Para Guillermina la valoración del trabajo de las alfareras es sumamente importante, y al construir su instalación con dichas piezas realiza un intento de rescate, así como la construcción de un discurso plástico de suma contemporaneidad. La instalación se enriquece con la creatividad de cada una de las artesanas, abstracciones de corazones de barro que se resemantizan en un espacio ritual, que con ayuda de los olores propios de las yerbas medicinales, el lodo en las paredes y la iluminación tenue, construyen para el espectador una experiencia de contundente calma.