Aguasalada 1999 por Armando Castellanos
Metáforas visuales femeninas construidas bajo un imperativo orgánico que abarca todos los aspectos de la serie. Desde el contexto simbólico subjetivo (la remisión a cierta irreductible y primigenia condición natural, asociada a cierto panteísmo, que pide la devoción hacia las fuerzas naturales y busca la consecución del ritual que conduzca a una comunión dramática con ellas), hasta los recursos plásticos con que se aborda la confección de imágenes: madera, cera, semillas, etcétera, siempre articulados a los trazos de un dibujo sintético serprendente por su singularidad “expresiva”. Congruentes con ese concepto son los títulos de las piezas, y para empezar, por cierto, el de la serie.
Acaso sobre señalar la presencia de un paisaje y un ánima recogidos del entorno que habita la artista, ya convertidos en patrimonio subjetivo, en iconografía personal. Signos de identidad a los que se agrega el frecuente tributo que Guillermina rinde a las culturas indias, mediante la aplicación de ciertos elementos artesanales en sus piezas. Pero, sobre todo, Agua Salada es una suerte de ofrenda visual tributada al más íntimo registro femenino, y una invocación a su fuerza fecunda. Hay, sin duda, entre las piezas de la serie, una gran madurez, sobre todo, en la composición sintética y contundente, en la identidad en el trazo del dibujo y en la ponderación del espacio vacío, tan elocuente y valorado como las heridas gestuales, líneas emotivas -huellas, señales estampadas sobre la superficie, sobre la epidermis, sobre la piel sensual de la madera.